miércoles, 4 de marzo de 2009

EL TESORO DE MI MADRE

Toda mamá que se precie verdaderamente de serlo tiene su tesorito. Entendemos como tesoro aquella pertenencia de gran valor sentimental ó económico oculta casi siempre.

Existen, sin embargo, algunas excepciones. Efímeros instantes de gloria divina en los cuales es sacado a la luz para disfrute y/ó uso de la mamá a solas ó en compañía.

Lo que pretendo decir es lo siguiente; los tesoros de la mamá pueden servir como un instrumento de doble filo.

Por un lado, se trata de abrir el frasco de sus olores y de sus esencias mostrando al mundo todo el amor emanante de esos fetiches. Y la cara oscura de ese instrumento es utilizarlo como arma. Quiero hablar de una espada. Quiero hablar de Salomón, Damocles y Alejandro Magno. Ese instrumento que puede ser utilizado como devastador  aguijón fardón. Pequeño pecadillo de la vanidad. Oscuro placer -tan oculto como el propio tesoro- de la adoración idólatra.

Las mamás españolas usan sus tesoros como forma de prestigiarse. Los  más clásicos son los ajuares de boda, la cubertería de acero inoxidable, las vajillas de porcelana ó las mantas Paduana -calor que no pesa- . Las joyas de la abuela, las muelas del juicio de Jorgito, Juanito y Jaimito e incluso los avisonados que las esposas de los trabajadores de la FASA-Renault lucen durante sus paseos dominicales por la plaza Circular de Valladolid.

Así, uno de los tesoros de Anita Quiroga -mi madre-, es su cubertería Cruz de Malta, cumpliendo las premisas de Stevenson casi al pie de la letra. Permanece enterrada durante la mayor parte del año bajo pétreos estratos de casi todo lo enumerado anteriormente para salir a la luz  “algún día, m´hijito,…”

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